2010-2019: Una década de cine de Ciencia-Ficción

Después de echar la vista atrás con el repaso al género western toca mirar al futuro de la humanidad a través de la ciencia-ficción de la década. Y es que este género tiene como mayor aliciente su aspiración a imaginar cómo las nuevas tecnologías, los posibles descubrimientos científicos o los cambios en la sociedad pueden afectar a la vida de las personas y al ser humano en general. Este principio básico de la sci-fi puede combinarse posteriormente con géneros tan dispares como la aventura, la acción o el terror; pero en este resumen intentaré centrarme en películas que destaquen por su capacidad de especulación por encima de características más propias de otros géneros. 

Veremos hasta qué punto es posible.


¿Pero la space-opera es ciencia-ficción?

Vamos a empezar directamente con la polémica. 

Si uno se pone exigente y únicamente considera como ciencia-ficción a aquella que se preocupa porque los argumentos sean factibles científicamente con los conocimientos actuales —lo que se suele denominar ciencia-ficción dura—, está claro que la space-opera entrarían en el terreno de la fantasía. Sin embargo, como dijo Arthur C. Clarke, "Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia", por lo que las espadas láser, los viajes interplanetarios a la velocidad de la luz y la interacción con especies extraterrestres de todo tipo nos pueden parecer fantasía a día de hoy pero, ¿quién dice que no sea por el gran desconocimiento que tenemos los humanos en esos campos? ¿Quiénes somos para juzgar en nuestra ignorancia que no podrían ser reales las aventuras sucedidas hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana?

Con esa icónica frase comenzaba en 1977 la saga de ciencia-ficción más famosa de la historia, La Guerra de las Galaxias, cuya trilogía original se convirtió en un éxito a escala planetaria narrando el típico viaje del héroe en un mundo lleno de naves espaciales, tecnologías láser y seres de todo tipo que sobrevivían como podían a la lucha entre las Fuerzas Imperiales y la Alianza Rebelde. Darth Vader, Luke Skywalker, la princesa Leia, Obi-Wan Kenobi, Han Solo o Chewbacca eran algunos de los personajes que estaban en el centro de la batalla entre el bien y el mal en las primeras películas y se convirtieron en personajes icónicos que encandilaron a generaciones durante años.

George Lucas tardó 16 años en continuar en el cine su famosa saga con otra trilogía que contaba los orígenes de algunos de esos personajes y cómo cayó la República Galáctica ante el Imperio Galáctico. Aunque volvió a arrasar en taquilla la recepción general del público fue tibia en su estreno. No obstante, con el tiempo la trilogía ha sido mejor valorada por los fans que, pese a criticar la parte romántica de las cintas y su estética excesivamente digital, vieron con buenos ojos la evolución del personaje de Anakin Skywalker y toda la trama política de la historia.

Dispuesto a ampliar su universo George Lucas se puso a trabajar de nuevo en otra trilogía que continuara su saga primigenia. Sin embargo, tras el gran esfuerzo que le había supuesto las nuevas entregas de la saga —donde por primera vez había dirigido todas las películas— y teniendo en cuenta la avanzada edad que tendría cuando terminara su proyecto más querido, decidió vender en 2012 la franquicia a Disney. La compañía del ratón enseguida se pondría a desarrollar la vasta mitología de Star Wars y solo tres años después estrenaría Star Wars: El despertar de la Fuerza (2015), que se convirtió en la película más taquillera de su respectivo año.

En la nueva trilogía iniciada esta década se narra cómo, 30 años después de que la Alianza Rebelde destruyera la segunda Estrella de la Muerte, la nueva República se tiene que enfrentar contra la Nueva Orden, una organización surgida de las cenizas del Imperio Galáctico. Recuperando de nuevo a personajes de la trilogía original e introduciendo nuevos personajes que guiarían la trama, el público entró gustosamente de nuevo en el mundo de los Skywalker pese a que gran parte de su trama recordara demasiado a la película que lo inició todo. 

Peso si a la película de J.J. Abrams se la podía acusar de conservadora, mucho más duros fueron los fans con Rian Johnson por todo lo contrario, ya que Star Wars: Los últimos Jedi (2017) fue duramente criticada por dinamitar parte de la mitología asociada a La Fuerza. Otros espectadores, sin embargo, la defienden a muerte, considerándola una de las mejores películas de la saga por proponer nuevas ideas y tener algunas de las escenas más impresionantes de la trilogía.

Tras la gran división que creó esta segunda parte volvieron a confiar de nuevo en J.J. Abrams para reconducir la historia de Star Wars: El ascenso de Skywalker (2019) y cerrar definitivamente la saga Skywalker. Pese a ello, el desenlace de la misma convenció a muy pocos por una caótica y acelerada narración que intentaba atar todos los cabos sueltos sin lograrlo del todo. Eso supuso que la tercera parte recaudara la mitad que la primera parte de esta trilogía y que acabara siendo considerada la peor de toda la saga.

Aunque esta última película significó la despedida de Rey, Kylo Ren, Finn, Poe y BB-8, pero sobre todo la de personajes clásicos como Leia, Han Solo, Luke o Palpatine, Disney aprovechó para seguir expandiendo el universo de la Guerra de las galaxias con dos producciones que se estrenaron intercaladas entre las entregas de la trilogía. El recibimiento de ambas no pudo ser más diferente, ya que la primera de ellas, Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), fue considerada como una de las películas más maduras de la saga. Su tono bélico y cómo enlazaba su trama con la saga original de 1977 atrajo a la mayoría del público a pesar de que se cedió el protagonismo en la trama a personajes que no se conocían de antemano —pese a contar con un par de sonados cameos rejuvenecidos mediantes técnicas digitales—. 

Todo lo contrario pasó con Han Solo: Una historia de Star Wars (2018), que contaba la baza de tener como protagonista a uno de los personajes más reconocibles de la guerra de las galaxias y a un director de demostrada solvencia tras las cámaras como Ron Howard. Avales que no evitaron que se criticara duramente una historia demasiado ligera para una producción de dicho calibre y a un protagonista que carecía del carisma de Harrison Ford.

Como se ha podido ver en este resumen comprimido de la saga esta serie de películas es más compleja de lo que inicialmente aparenta y, pese a no estar preocupada por lo fundamentos científicos de lo que se narra, toda la parte política relacionada con los enfrentamientos entre la República y el Imperio y cómo cambian las sociedades sometidas a estas formas de gobierno a lo largo de 60 años podría vincularse a hechos históricos como la caída de la República Romana, la conquista del viejo Oeste o el levantamiento del Tercer Reich, referencias que la enlazarían con la ciencia-ficción más dura. Por tanto, respeto a una saga tan icónica.

Pero dejemos atrás al universo de Star Wars y visitemos otras populares galaxias. 

No hay duda que la única space-opera que puede competir con la guerra de las galaxias en el imaginario colectivo es Star Trek, la famosa producción televisiva que dio el salto a la gran pantalla en los años 70. En este caso no nos encontramos en una galaxia lejana, sino que sus tramas transcurren en la nuestra entre los siglos XXII y XXIV, siendo las referencias a la tierra constantes en toda la saga. 

En este universo el futuro que nos espera a la humanidad no es tan turbulento como el que muestra Star Wars ya que la Federación Unida de Planetas gobierna democráticamente cientos de planetas y colonias. Por supuesto, esta utopía no está exenta de problemas, ya que debido a la exploración espacial comandada por la Flota Estelar surgen ocasionalmente conflictos que son la base en la que se sustentan sus historias. 

Además de estas diferencias espacio-temporales, las aventuras de Spock y el Capitán Kirk siempre han tenido mayor consideración entre los acérrimos fans de la ciencia-ficción más pura porque suelen afrontar temas más afines al género. Por ejemplo, las implicaciones de contactar con otras razas, los problemas asociados a los viajes en el tiempo y el uso de tecnologías como el teletransporte. Asimismo, el diseño de algunos artilugios que han aparecido en la saga a lo largo de los años se ha basado en inventos reales como el hipospray, han sido precursores de productos como las tablets y los traductores simultáneos o han inspirado investigaciones científicas como los rayos tractores

Pese a ello, las producciones que narran las aventuras del la Enterprise nunca han sido tan taquilleras como las de Star Wars, entre otros motivos porque visualmente siempre solían andar por detrás de las películas de Lucas. Sin embargo, en 2009 Paramount Pictures decidió dar un impulso a la saga inyectando 140 millones de dólares al reboot que proponía J.J. Abrams con el objetivo de modernizarla y ponerlas al mismo nivel, algo que hizo creando una línea temporal paralela a la conocida hasta entonces que le permitía rejuvenecer a todo el reparto. 

El éxito fue considerable y, aunque no alcanzó las cifras que suele manejar el mundo de Star Wars, la saga continuó con dos secuelas más durante la década. La primera de ellas sería Star Trek: En la oscuridad (2013), que tomaba gran parte de su argumento de Star Trek II: La ira de Khan (1982), una de las películas mejor valoradas de la saga. Aunque estas similitudes no gustaron a algunos críticos muchos otros valoraron el toque oscuro de la película, que se atrevía a tocar el tema del terrorismo o los ataques con drones en una época en que ambos temas estaban de actualidad. 

Tras entregar la película más taquillera de Star Trek, Abrams abandonaría esta saga galáctica para pasarse a la competencia, dejando al director que resucitó la saga Fast & Furious tras las cámaras. Con este cambio Justin Lin dejaría constancia en Star Trek: Más allá (2016) de su buen pulso para las escenas de acción, pero también nos entregaría la película más ligera de la trilogía moderna, emparentándola con el espíritu de su original televisivo.

A parte de estos dos tótems de la ciencia-ficción, solo una nueva franquicia ha sido capaz de coger el espíritu de estas space-opera y darle un soplo de aire fresco, y ésta ha sido Guardianes de la galaxia (2014) y su secuela, Guardianes de la galaxia Vol. 2 (2017). Basadas en una serie de cómics de Marvel poco conocida, la pandilla formada por el humano Peter Quill, la extraterrestre Gamora, el mapache Rocket, el árbol humanoide Groot y el mutante Drax se olvida totalmente del realismo científico para ofrecer una aventura espacial llena de humor y con artefactos tecnológicos como cascos que cubren la cabeza con solo darle a un botón, mochilas auto-propulsoras, armas que se controlan por silbidos y, como no podía ser de otra manera, muchas naves espaciales. 

La primera película de este grupo de aventureros es una de las películas más queridas de la saga del Infinito de MCU y me parece de justicia destacarla en este especial de ciencia-ficción porque se hermana directamente con las space-operas comentadas más arriba y a su vez se distancia ligeramente de las temáticas abordadas por las cintas de superhéroes. De paso, aprovecho para mencionar que a pesar de que muchas películas basadas en historias de Marvel y DC también se podrían englobar dentro del género sci-fi, ésta será la única saga que mencionaré dentro de este apartado dado que ya le dediqué un artículo exclusivamente al cine de superhéroes de la década.  

Tras esta pequeña anotación sigamos con aventuras espaciales llenas de seres extraterrestres con una película que muestra en una escena inicial para el recuerdo cómo se producen los encuentros entre habitantes de distintos planetas. Con esa memorable escena, donde suena la famosa “Space Oddity” de David Bowie, comienza Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), la superproducción francesa más cara de la historia que escribió y dirigió Luc Besson basándose en las historias de Valérian: agente espacio-temporal. Este cómic, iniciado en 1967 y que continúa publicándose a día de hoy, fue uno de los cómics europeos de ciencia-ficción más rompedores de su época y una clara inspiración del mundo creado por George Lucas. Por eso, llevar al cine una mitología que había demostrado tanto potencial y dejarlo en manos del visionario director de El quinto elemento (1997) parecía asegurar su éxito, pero todo lo contrario: fue el mayor fracaso de la carrera del director parisino.

Un fracaso de proporciones todavía mayores fue John Carter (2012), otro intento de emular el éxito de Star Wars trasladando la historia de un veterano de la guerra de Secesión que es teletransportado a Marte y acaba luchando en una guerra en las llanuras de nuestro planeta vecino. Como se puede deducir del argumento, en este caso nos olvidamos totalmente de la ciencia para abrazar ideas como que el protagonista tenga una fuerza sobrehumana debido únicamente a la diferencia de gravedad entre los dos planetas. 

Tampoco fue rentable, pero resulta mucho más interesante en el terreno de la ciencia-ficción, la adaptación cinematográfica El juego de Ender (2013). Aunque muy lejos de la gran obra escrita por Orson Scott Card, la historia sobre el entrenamiento que reciben unos niños en una escuela militar espacial para prepararlos para una futura invasión extraterrestre resulta ser una entretenida película que, aunque deja atrás la profundidad del libro, tiene escenas tan originales como los enfrentamientos entre escuadras en gravedad cero.

Mucho menos original resultó la película de las hermanas Wachowski El destino de Júpiter (2015), que en lugar de volver a realizar otro bombazo de la ciencia-ficción como Matrix (1999) entregaron una aventura espacial genérica que interesó a pocos. Pero todavía menos gente se interesó por Riddick (2013), la tercera película protagonizada por Vin Diesel sobre el asesino que puede ver en la oscuridad, que se disfruta más como película de acción al servicio de la estrella que como película de ciencia-ficción con relevancia. Y si se buscan producciones poco conocidas pero realizada con mimbres similares, merece la pena ver Rescate en Osiris (2016), una película australiana que hará las delicias de los fans de este tipo de películas escapistas. 


Hasta el infinito y más allá

Pero dejemos a un lado estas aventuras espaciales para adentrarnos en historias un poco más ambiciosas dentro del terreno de la ciencia-ficción, género al que el cine ha estado ligado desde que Georges Méliès dirigiera su icónico Viaje a la Luna (1902). Y es que explorar el espacio exterior ha sido una fantasía de la humanidad desde hace siglos, hito que logramos en 1961 cuando Yuri Gagarin se convirtió en la primera persona en abandonar la atmósfera terrestre. Desde entonces únicamente medio millar de personas han viajado al espacio, por lo que para la mayoría de la gente sigue siendo un sueño inalcanzable que solo lograremos vivir gracias al cine.
Si una película consiguió sumergirnos en la experiencia de viajar al espacio durante la década esa fue Gravity (2013), la película de Alfonso Cuarón en 3D que comenzaba con un impresionante plano secuencia de 17 minutos de duración donde Sandra Bullock queda flotando a la deriva tras un accidente causado por la basura espacial. La cinta, todo un prodigio técnico que fue unánimemente alabada por la crítica, se estrenó en el Festival de Venecia y fue nominada a 10 Óscar, entre ellos el de mejor película.   
Y es que esta década ha sido especialmente generosa con la ciencia-ficción en lo que respecta a nominaciones a mejor película de los Óscar, ya que en solo 10 años han nominado a 6 películas del género, más que durante el resto de la historia de los premios de Hollywood, siendo las anteriores afortunadas La naranja mecánica (1971), La Guerra de las Galaxias (1977)E.T. el extraterrestre (1982), Distrito 9 (2009) y Avatar (2009), y estas dos últimas estuvieron en la gala del 2010. Así que no cabe duda que ha sido una década dorada para el género, aunque para que eso fuera posible tuvieran que ampliar el número de candidatas, tal y como mencioné en el artículo sobre los Óscar.

Otra de las afortunadas por las nominaciones de la Academia que pudo verse en los cines durante estos años fue Marte (The Martian) (2015), una película basada en una exitosa novela que el mismo autor autopublicó en Amazon (¿a qué me recuerda eso?). Con la buena mano del Ridley Scott tras las cámaras, narra el drama de un astronauta que se queda aislado en el planeta rojo tras una tormenta y destaca por la rigurosidad científica de todos los métodos que utiliza el astronauta para asegurar su supervivencia y la utilización de un humor blanco poco habitual en el género.

Y es que el aislamiento total es uno de los mayores temores a los que se enfrenta el hombre cuando se encuentra flotando en el espacio. El miedo a estar a millones de kilómetros de la persona más cercana también es el centro en el que orbitan películas menos conocidas como Love (2011), sobre un hombre que vuelve a la Estación Espacial Internacional (ISS) para ponerla de nuevo en funcionamiento tras 20 años abandonada; Astronaut: The Last Push (2012), sobre otro astronauta que tiene que regresar  sólo a la tierra tras un fallido viaje a Europa, una de las lunas de Júpiter; Rumbo a lo desconocido (2016), en el que el actor Mark Strong se dirige a Marte con la intención de producir agua para colonizar el planeta vecino o Solis (2018) donde la cápsula de escape de otro desafortunado astronauta se dirige directamente hasta el Sol. 

La soledad es lo que mueve al personaje de Chris Pratt a despertar de la hibernación al interpretado por Jennifer Lawrence en Passengers (2016), una superproducción que no llegó a cumplir las expectativas puestas en ella pese a contar con dos estrellas situadas en lo más alto de Hollywood en ese momento. El tibio recibimiento de la crítica, sobre todo debido a la parte romántica del film, no le hizo ningún favor a una entretenida cinta que presentaba un debate ético, algo habitual en la ciencia-ficción.

La nave en la que viajan estos atractivos pasajeros se dirigía a un planeta lejano porque la tierra ya está superpoblada. Y es que los viajes espaciales parece que son la única salida que le queda a la humanidad para seguir existiendo cuando la tierra sea inhabitable. Ese es el destino hacia el que se dirige el planeta en Interstellar (2014), donde los recursos naturales se están agotando y la NASA decide enviar a varios voluntarios a través de un agujero de gusano para buscar planetas habitables. Con este argumento Christopher Nolan realizó la película del espacio más ambiciosa de la década intentando emular su particular 2001: Una odisea del espacio (1968). Para ello contó con Matthew McConaughey de protagonista, —que se encontraba en el mejor momento de su carrera—; una de las partituras más inspiradas de Hans Zimmer, —que dejaron una banda sonora para el recuerdo—, y la asesoría del reputado físico Kip Thorne, —cuyo trabajo para la película acabó dando tres artículos científicos—.
En el polo opuesto de la rigurosidad científica, pero igualmente ambiciosa a niveles de producción, nos encontramos La Tierra errante (2019), el primer gran blockbuster de ciencia-ficción del cine chino. Su argumento, en lugar de platear que la humanidad colonice otros planetas, propone mover la tierra entera a través del espacio mediante unos propulsores distribuidos por toda su superficie. Por supuesto, el plan correrá peligro cuando al pasar junto a Júpiter la tierra se desvíe de su trayectoria. Basada en una novela del ganador del premio Hugo Liu Cixin, la película se convirtió en su momento en la segunda película en habla no inglesa más taquillera de la historia apelando al espíritu de cine de acción con conflicto familiar de producciones como Armageddon (1998)

También con toque familiar pero mezclado con el género de aventura se pudo ver en cines After Earth (2013), donde Will Smith intentó convertir a su hijo Jaden Smith en una estrella. Para ello contó tras la cámara con M. Night Shyamalan y un holgado presupuesto de 130 millones de dólares, pero se saldó como uno de los mayores fracasos del carismático actor. La crítica masacró esta película de ciencia-ficción al considerar excesivamente simple la historia de un padre y un hijo que tras un accidente intentan sobrevivir en una tierra abandonada durante siglos por los humanos.

Ya que parece que el destino de la humanidad es abandonar el planeta verde, parece evidente que esta migración no se realizará de forma masiva, sino que se realizarán múltiples viajes para trasladar a la población mundial a otros planetas. En el caso que nos propone la película sueca Aniara (2018), esta migración se realizará en cómodos viajes de tres semanas a marte. Pero, a pesar de que estos traslados sean algo habitual, los accidentes siempre acaban sucediendo, lo que llevará a que una nave habitada por 8000 personas se desvíe de su rumo y permanezca aislada durante años. Con este argumento, basado en una serie de poemas del Nobel de literatura Harry Martinson, la cinta sueca especula cómo se degeneraría progresivamente una comunidad aislada en el espacio, resultando mucho más interesante y original que muchas películas norteamericanas mundialmente conocidas.

Por supuesto, antes de que se normalicen este tipo de viajes debido a la degradación del mundo se enviará a reducidos grupos de personas a los confines de nuestro sistema solar, por ejemplo, a los presos. Este es el argumento de dos películas francesas muy diferentes entre sí. La primera es MS1: Máxima seguridad (2012), una olvidable película de acción protagonizada por Guy Pearce en la que un motín en una prisión espacial pondrá en peligro a la hija del presidente de Estados Unidos. Alejada totalmente de ese espíritu palomitero se encuentra, High Life (2018), película dirigida por la reputada Claire Denis en la que Robert Pattinson da vida a un preso recluido en una nave en la que se experimenta con los reos, una propuesta de cine de autor que ganó el Premio FIPRESCI en el Festival de San Sebastián pero que contó con poco recorrido comercial.

Pero no nos engañemos, ese futuro todavía es muy lejano y, salvo ciertos millonarios que se pueden permitir viajes espaciales, los principales astronautas en las siguientes décadas van a ser científicos, ingenieros y pilotos. Y quién sabe, tal vez sean ellos los que acaben poniendo en peligro la vida en la tierra. Es lo que pasa en The Cloverfield Paradox (2018), donde unos científicos que intentan solucionar la crisis energética que azota al planeta acaban abriendo un portal a otras dimensiones que atrae a la tierra a los monstruos vistos en el resto de las películas de la franquicia Cloverfield. O tal vez, buscando vida inteligente en el sistema solar se acaba creando unas oleadas de energía que afectan al mundo y tiene que ir el hijo de uno de los astronautas a investigar qué sucede, como sucede en la introspectiva Ad Astra (2019), película protagonizada por Brad Pitt que dividió al público entre quienes adoran su historia íntima y lirismo y quienes les aburre soberanamente. 
No quiero terminar este paseo espacial por las películas que nos han llevado de nuestro pequeño planeta a los confines más alejados del espacio sin mencionar tres modestas producciones que han aprovechado el género del falso documental para sacar adelante historias relacionadas con viajes espaciales contando con poco presupuesto. La primera de ella es la cinta de terror Apollo 18 (2011) que muestra la razón por la que este oculto viaje se convirtió en el último que llevó el hombre a la Luna. La segunda cuenta la historia de una  misión privada cuyo objetivo es buscar vida extraterrestre y se llama Europa One (2013) y la tercera, y la más pequeña de todas, es Operación Avalancha (2016) sobre una conspiración que implica al programa Apollo y la CIA.


Vida del espacio exterior

Se ha comentado holgadamente dos de las principales temáticas que aborda la ciencia ficción espacial en el cine —el aislamiento y el fin de la tierra— pero resulta necesario extendernos en la tercera materia que suele abordar este género: encontrarnos con vida extraterrestre. Ya comenté en la entrada dedicada al cine de terror algunas de las películas más importantes de esta temática, pero quiero volver a traer a sus dos exponentes más famosos para hablar de sus características más vinculadas a la ciencia-ficción, que es el asunto que abordamos aquí. Esos dos extraterrestres son Alien y Predator, como no podía ser de otra manera.

El alien diseñado por H. R. Giger siempre ha sido considerado uno de los mejores extraterrestres de la historia del cine, si no el mejor, y debido a su fama Hollywood ha intentado exprimirlo al máximo a lo largo de sus 40 años de vida. Esta sobreexplotación había mermado mucho la calidad de sus películas a inicios del siglo XXI —solo hay que ver Alien vs. Predator (2004) y Alien vs. Predator 2 (2007)— por lo que la franquicia necesitaba un lavado de cara y ese vino de manos del director de su primera película, Ridley Scott. 

El director británico venía con nuevas ideas bajo el brazo: expandir el universo que creó en Alien (1979) y no centrarse en el famoso xenomorfo. Con esa intención narró en Prometheus (2012) la historia de un grupo de científicos que, en búsqueda del origen de la vida en la tierra, encuentran restos de la civilización que la inició. El problema es que la tecnología de esos seres también es el germen de los aliens. Esta interesante premisa sobre el origen de las especies, junto a las dudas existenciales del androide interpretado por Michael Fassbender, prometía una producción de ciencia-ficción a altura de los inicios de la saga y con esas altas expectativas acudieron millones de espectadores al cine. Esos ánimos renovados permitieron que la producción triplicara la taquilla de la anterior entrega de alien pero dejaron a los fans con un sabor agridulce al encontrar que la historia no estaba a la altura de las ideas expuestas. 

Con ánimo de enmendar sus fallos Scott volvió a tomar las riendas de la franquicia en Alien: Covenant (2017), que siguió ampliando muchos de los conceptos presentados en la anterior entrega en lo referente a la vida artificial y la expansión de la vida en el universo, pero en esta ocasión añadiendo muchos más aliens a la ecuación, que al final es lo que da dinero. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados, recaudando casi la mitad de lo conseguido con Prometheus y recibiendo unas críticas todavía más divididas.
Por otro lado Depredador, su gran enemigo en la galaxia, siempre ha estado a rebufo de Alien tanto en taquilla como en recepción crítica. Pese a que su primera película siga siendo un clásico del cine de acción y ciencia-ficción de los 80 y que su diseño y carisma sea reconocido por cualquier aficionado al género, las películas de este cazador interplanetario nunca han logrado estar a la altura de la cinta primigenia dirigida por John McTiernan.

Con intención de revitalizar una saga que nunca ha terminado de arrancar, durante la década hubo dos nuevos intentos de relanzar la franquicia. El primero fue Predators (2010), cuyo mayor atractivo era la presencia del oscarizado Adrien Brody y que narra cómo la violenta raza de extraterrestres abduce a humanos peligrosos para llevarlos a un planeta donde los Predators son entrenados para cazar. En este caso, pese a que la productora recuperó el dinero invertido, la película no alcanzó los resultados esperados, así que 8 años después intentaron darle otra vuelta de tuerca a la saga con Predator (2018). Para ello contaron con la dirección y el guión de Shane Black, respetado autor de comedias de acción que, curiosamente, aparecía como actor en la primera película de la saga. Su inconfundible firma se apreciaba en una historia llena de humor en la que gobierno americano se hace con la tecnología de los depredadores mientras sus dueños intentan recuperarla, propuesta que no terminó de calar entre el público pese al espíritu ochentero que recorre la cinta.

Ese espíritu sí que había triunfado unos años antes bajo la batuta de J.J. Abrams en Super 8 (2011), una exitosa producción que mantenía el espíritu de Amblin que luego aprovecharía Netflix para su serie Stranger Things. En ambas la alargada sombra de Los Goonies (1985) y E.T. el extraterrestre (1982) es evidente, sobre todo ésta última en el caso de la película de Abrams, donde se narra cómo unos adolescentes se involucran en la caza de un extraterrestre que intenta escapar del gobierno tras estrellar su nave en la tierra.  

La caída de extraños objetos del espacio exterior es habitual en el cine de ciencia-ficción pero pocas veces se ha presentado de forma tan original como en Aniquilación (2018), una adaptación de la primera novela de la trilogía Southern Reach de Jeff VanderMeer. En ella un meteorito cae en una zona costera creando a su alrededor una extraña atmósfera que aumenta poco a poco. Todo lo que entra dentro no vuelve, por lo que una expedición de científicas se adentrará allí para investigar qué está sucediendo. Esta premisa, que recuerda en cierta manera a la Stalker (1979) de Tarkovsky, fue muy bien recibida por la crítica debido al ambicioso retrato sicológico de sus personajes, su inventiva visual y su acercamiento a conceptos de biología celular y alteraciones del ADN. Sin embargo, la cinta protagonizada por Natalie Portman pasó bastante desapercibida por estrenarse de tapadillo en Netflix y por ofrecer algunos tramos demasiados densos y surrealistas para el público general. Una pena, porque la película de Alex Garland es todo un rara avis en el cine del género.

Otra película que destacó por su originalidad fue otra ambiciosa adaptación literaria, La llegada (2016), que es una más de esas comentadas excepciones dentro de la ciencia-ficción que acaba llegando a los Óscars. La cinta, que fue la confirmación de que Denis Villeneuve era uno de los directores más interesantes de la década, centra su trama en cómo una lingüista intenta desentrañar el idioma de unos extraños seres venidos del espacio exterior. Y aunque el tema de la comunicación con extraterrestres ya había estado presente en el cine con anterioridad en Encuentros en la tercera fase (1977) o Contact (1997), nunca se había enfrentado a él desde el campo del lenguaje y de cómo interpretemos la realidad gracias a su comprensión
La duda que rodea a toda la película de Villeneuve es si los extraterrestres vienen en son de paz o con ansias de conquista, pero en la mayoría de las películas de Hollywood sus objetivos están claros: no han venido a hacer amigos. Esta década hemos tenido multitud de ejemplos olvidables: Skyline (2010), Invasión a la Tierra (2011), La hora más oscura (2011), Battleship (2012), Attraction (2017), Extinción (2018) o Campamento alienígena (2019) son algunos de ellos, pero ni siquiera Independence Day: Contraataque (2016), secuela tardía de la película de Roland Emmerich que redefinió este espectacular género resultó realmente memorable. 

Aunque el principal protagonista de aquella, Will Smith, no apareció en la secuela, siguió defendiendo a la tierra de malvados extraterrestres en Men In Black 3 (Hombres de negro III) (2012). Ésta mejoraría ligeramente la sensación amarga que dejó la segunda parte, pero aún así la estrella decidió ceder su testigo en la agencia a Chris Hemsworth para un reboot que gustó a pocos, Men in Black International (2019). Y con un espíritu similar, donde una invasión que pasa inadvertida para la mayoría es combatida en secreto por un pequeño grupo de personas, tenemos en Japón Gantz: Génesis (Gantz: Part 1) (2010) y Gantz: Perfect Answer (Gantz: Part 2) (2011), adaptación de un exitoso anime que fue estrenado antes en Estados Unidos que en Japón.

Más interesantes para el subgénero de los extraterrestres han resultado producciones independientes como Monsters (2010), una película que se centra en una pareja que intenta atravesar una zona entre México y Estados Unidos habitada por enormes criaturas desde que una sonda de la NASA cayó en la zona; Attack The Block (2011), una película británica de culto que se llevó el premio del público en el Festival de Sitges y que cuenta cómo un grupo de chavales se defiende de una invasión extraterrestre en su barrio o The Vast of Night (2019), una pequeña película ambientada en un pueblecito de Nuevo México durante los años 50 que narra con mucho ingenio la captación de una posible señal extraterrestre partiendo de las llamadas de teléfono a una emisora de radio local.

En resumen, el género ha resultado más interesante cuando ha intentado acercarse al género de manera realista con ideas originales que basándose en el espectáculo de grandes explosiones y grandes efectos especiales. 


Nuestros amigos de silicio

Mientras que ningún humano (cuerdo) ha tenido contacto con vida inteligente de fuera de nuestro planeta, en la tierra se está desarrollando antes nuestros ojos otro tipo de inteligencia que está creciendo día a día. Una inteligencia que estamos creando para hacernos la vida más fácil, pero que muchos temen que acabará complicándonosla. Me refiero a la inteligencia artificial, por supuesto.

Diferentes evoluciones de las I.A.

La inteligencia artificial lleva apareciendo en el cine prácticamente desde sus inicios, siendo la Maria de Metropolis (1927) la más famosa de esos primeros tiempos. Con un historial tan largo hemos podido ver en pantalla todo tipo de IA, desde las más básicas hasta las más avanzadas, así que para hacer el repaso de esta temática intentaré seguir el supuesto orden cronológico que dictaría la evolución de esta tecnología. Por tanto, parece lógico pensar que esta revolución empezaría como un simple programa informático alojado en un servidor, tal y como la definió Tron (1982)

Este clásico que revolucionó el mundo de los efectos especiales nos introdujo dentro de un mundo virtual controlado férreamente por un programa informático. 25 años después, este programa diseñado para buscar la perfección ha evolucionado tanto que la pequeña red en la que ha estado aislado durante todo ese tiempo se le ha quedado pequeña, por lo que intentará transportarse al mundo real para gobernarlo a su gusto. Este es el argumento de TRON: Legacy (2010), la secuela tardía que Walt Disney produjo con la esperanza de atraer a los muchos fans que tiene el título de los 80. Sin embargo, a pesar de ese culto, el cuidado acabado visual y la atractiva banda sonora del grupo de electrónica Daft Punk, la cinta fue un éxito moderado que la crítica recibió con escepticismo.

El leitmotiv de una inteligencia artificial que se revela en contra de la humanidad es habitual en el género, por lo que no es extraño que surjan movimientos extremistas anti-tecnología que intenten evitar que el uso de las IA se generalice, como sucede en Transcendence (2014). Ahí el problema es que, tras un ataque sincronizado a distintos grupos de investigación, uno de los científicos atacados acaba trasladando su conciencia a una superinteligencia capaz de cualquier cosa. Aunque este argumento pueda parecer exagerado, lo curioso es que la simbiosis mente-máquina que presenta la película precede por pocos años a la fundación de Neuralink, una empresa de neurotecnología especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora que creó Elon Musk... justo después de hacer un cameo en la película. Como mínimo inquietante. 

Aún con todo, una premisa que podría haber dado mucho de sí, paso sin pena ni gloria por la taquilla pese a ser la ópera prima del director de fotografía de las primeras obras de Christopher Nolan y contar con una estrella como Johnny Deep en su elenco. Huelga decir que este argumento tampoco resultaba tan original, cuando justo el año anterior un capítulo de Black Mirror ya sugería la opción de recrear una personalidad a partir de los datos registrados de un fallecido y poco después se volvía a reciclar la idea en la desconocida Marjorie Prime (2017) con el objetivo de ayudar a recordar a personas que sufren Alzheimer. 

Y es que el objetivo de esta tecnología suele ser hacernos nuestra existencia más fácil en tareas complicadas de la vida como, por ejemplo, la búsqueda pareja. 

En una sociedad en la que cada vez más gente encuentra pareja a través de aplicaciones móvilesla duración de las parejas es menor y donde existen personas capaces de casarse con seres virtuales no sería extraño que una Inteligencia Artificial avanzara tanto como para que alguien se enamorase de ella. Este es el argumento de Her (2013) cuyo guión original se llevó el Óscar en una gala en la que también competía como mejor película. Su radiografía del amor —inspirada por la ruptura de su director, Spike Jonze, y Sofia Coppola— es una de las más sensibles que se recuerdan en este género y está engrandecida por la estupenda interpretación de Joaquin Phoenix y la sensual voz de Scarlett Johansson como ser virtual. Sin duda, una de las películas más representativas de su época.

Rompiendo las leyes de la robótica

Que nuestra vida actual está influenciada por los algoritmos no sorprende a nadie, pero los robots también forman parte de nuestra vida desde hace tiempo. En la industria son comunes desde que en los años 60 se empezaron a utilizar en las fábricas de automóviles, pero poco a poco se han ido introduciendo en otras áreas: la medicina, el ejército y, por supuesto, en nuestras casas. Cada vez más hogares tienen robots de cocina, robots de limpieza o juguetes capaces de manipular objetos y, poco a poco, se han especializado en tareas que antes nos parecían imposibles, como el servicio en restaurantes o el cuidado de ancianos.

Una de las historias de la década que se acerca a este asunto es Un amigo para Frank (2012), una divertida comedia que ganó el premio del público en Sitges y en donde un inocente robot tiene que atender a un anciano interpretado por Frank Langella. El conflicto entre ambos surgirá porque el robot no está programado para cuidar a un viejo delincuente que planea utilizarlo para cometer un robo. Y es que por mucho que Asimov definiera perfectamente las tres famosas leyes de la robótica siempre hay vacios legales complicados de solventar.

Si lo del cuidado de ancianos ya está a la vuelta de la esquina en Japón, tampoco sería tan descabellado que más adelante acabaran cuidando a algún niño, sobre todo si ha habido una extinción masiva y un robot tiene que ocuparse de unos embriones conservados en un bunker totalmente automatizado. Esta interesante premisa, donde es el robot el que educa desde pequeño a un humano es la propuesta de I Am Mother (2019), una película australiana protagonizada por Hilary Swank que se estrenó directamente en Netflix. 

De Australia viene también uno de los actores más queridos por el público, Hugh Jackman, que esta década se embarcó en dos proyectos con robots de por medio. La primera fue Acero puro (2011), una película familiar en la que los robots han sustituido a los humanos en los combates de boxeo, algo que que a día de hoy ya es factible ver. La otra fue Chappie (2015), la vuelta del director Neill Blomkamp a su natal Sudáfrica, país en el que la policía ha sido sustituida por un escuadrón de robots automatizados. De uno de estos ejemplados dañados surge el primer robot con la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, lo que algunos considerarán una amenaza para la humanidad.

Aunque ambas propuestas han sido relegadas al olvido, pese a que Acero puro recaudó en su día más de 250 millones de dólares, considero necesario reivindicar aquí Chappie. El motivo es que la cinta, que se recuerda sobre todo porque cuenta con el famoso grupo de hip-hop Die Antwoord en su reparto, es un entretenido thriller de acción que aúna el espíritu cómico de Cortocircuito (1986) con el violento ambiente de Johannesburgo que ya reflejó su director en la estupenda Distrito 9, combinación que a muchos espectadores les chirrió pero que personalmente considero disfrutable.

Sin embargo, parece que a otros espectadores no les chirrió tanto la saga de acción Transformers, que con sus 4 nuevas entregas —Transformers: El lado oscuro de la Luna (2011), Transformers: La era de la extinción (2014), Transformers: El último caballero (2017) y Bumblebee (2018)siguió amasando millones y millones de dólares en taquilla. Sobre ellas no voy a extenderme aquí más porque ya las comenté en la entrada de superproducciones (al igual que de la saga Pacific Rim) y porque su aportación al mundo de la ciencia-ficción con robots viviendo en la época medieval o dinosaurios-robots me parece, como mínimo, discutible.

Sí que me parece más interesante comentar aquí Autómata (2014), la fallida película producida y protagonizada por Antonio Banderas. No solo por ser un rara avis en el cine europeo de ciencia-ficción, sino porque, a pesar de no hacer olvidar los claros clásicos que toma como referencia, introduce en la trama un debate sobre la singularidad tecnológica. Esto es, el paso evolutivo que supondría que un robot pudiera ser capaz de mejorarse tanto a él como a sus semejantes.

La unión de la carne y el metal

Vamos a dar un pasito más allá en este salto evolutivo de la tecnología y vamos a hablar ahora de los ciborgs, esa simbiosis que se crea cuando el hombre y la máquina se fusionan en un solo cuerpo. Como los robots y las máquinas, los ciborgs ya son una realidad a día de hoy. Mucha gente que ha perdido sus miembros tiene implantes que los sustituyen, ya sean tanto brazos o piernas, como ojos o sistemas auditivos.

Muchas de las personas que tienen estos implantes son soldados heridos durante la guerra, pero ya en los años 80 se especuló que en el futuro las calles de Detroit serían tan peligrosas que un policía herido brutalmente en acto de servicio podría necesitar un cuerpo mecánico prácticamente entero para sobrevivir. Como todos habréis adivinado ese policía se llama Alex Murphy y esta década volvería a las pantallas con Robocop (2014).

El remake del icónico film de Paul Verhoeven vino esta vez de la mano del brasileño José Padilha, que había triunfado previamente en su país con las estupendas Tropa de Élite (2007) y Tropa de Élite 2 (2010). Pese a que la crítica valoró que este remake cogiera algunas de las ideas del film original y a su vez profundizara en nuevas temáticas como el debate ético que implica el control de la parte mecánica sobre la humana, el público no perdonó la ausencia de sátira o violencia que tenía la película del director holandés y la recibió con poco entusiasmo. Tal vez por eso los aficionados al género abrazaran una propuesta similar que ofreció ambos elementos poco después, Upgrade (Ilimitado) (2018), una pequeña película de acción que deja fuera toda temática ética y política sobre al asunto para centrarse en un frenético montaje y un sangriento sentido del humor.

Sobre cuerpos humanos destrozados que vuelven a la vida gracias a la robótica tenemos otras dos películas protagonizadas por mujeres y, casualmente, ambas adaptaciones de animes. El primero que se estrenó fue Ghost in the Shell (2017), primera película en imagen real de uno de los animes que más éxito tuvo en occidente en los 90. El segundo es Alita: Ángel de combate (2019), también adaptada al cine a finales del siglo XX pero con mucho menos éxito. 

Aunque ambas partan de similares premisas —cerebros de mujer en cuerpo robóticos con grandes capacidades físicas— y en ambas se potencie la imagen de mujeres de acción, las diferencias entre ambas son numerosas: frente al estrellato de Scarlett Johansson en la primera tenemos a la secundaria Rosa Salazar de la segunda, si en Ghost in the Shell la investigación sobre ciertos crímenes es el principal argumento de la película; en Alita es el desarrollo emocional de una adolescente su motor argumental y mientras que la obra de Rupert Sanders se ambienta en un Japón futurista pero reconocible, la cinta de Robert Rodriguez presenta una imaginativa Iron City en un mundo destrozado por la guerra.

Estas diferencias también se reflejaron en la taquilla, siendo Alita la gran ganadora, que dobló la recaudación de la cinta de Johansson. Y eso que ambas se tuvieron que enfrentar a polémicas antes de su lanzamiento. En el caso de Ghost in the Shell la controversia vino por acusaciones de blanqueamiento de los personajes siendo una historia ambientada en Japón, mientras que Alita se enfrentó a las reacciones negativas que despertó el diseño de los enormes ojos de la protagonista, que finalmente acabó siendo uno de los aspectos más rompedores y distintivos de la película.

Por último, voy a añadir aquí a otro famoso personaje que es considerado ciborg a pesar de que podría encajar como androide. Este no es otro que terminator, un robot con esqueleto metálico revestido por tejidos humanos —motivo por el que se le define como ciborg— para viajar en el tiempo y cargarse a futuros miembros de la resistencia contra las máquinas.

A estas alturas creo que no es necesario explicar la importancia de las dos primeras películas de la saga en la historia del cine y el peso que tienen en la carrera de Arnold Schwarzenegger, por lo que nos centraremos en las dos flojas secuelas que se estrenaron durante esta década. La primera de ellas fue Terminator Génesis (2015), la vuelta del personaje interpretado por el actor austriaco tras Terminator 3: La rebelión de las máquinas (2003), que se estrenó en cines el año que empezó su carrera política como Gobernador de California. En este retorno los guionistas dejaron de lado la línea temporal que había seguido la franquicia hasta ese momento para proponer múltiples viajes en el tiempo que modifican totalmente su estructura. Pero lo que podía haberse convertido en una idea que refrescara la saga la convirtió en la peor película de la franquicia. 

Además de esos múltiples saltos temporales, en dicha película también se introdujeron dos nuevos modelos de Terminator, el T-3000 y el T-5000, capaces tanto de dividirse en nanopartículas —lo que les permite regenerarse más rápidamente que el T-1000 visto en Terminator 2: El juicio final (1991)— como de infectar a seres humanos para recodificar su ADN humano. Y como no hay dos sin tres, y siguiendo la línea habitual de la saga, en Terminator: Destino oscuro (2019) introdujeron otro nuevo modelo, el Rev-9, que cuenta con la capacidad de dividirse en dos: el endo-esqueleto y el metal líquido.

La principal diferencia de esta sexta película respecto a las anteriores entregas es que su creador, James Cameron, volvió a involucrarse como productor y guionista para rehabilitar la saga. Tanto, que durante la promoción se intentó vender como la verdadera secuela de Terminator 2, ya que contaba de nuevo con Linda Hamilton y hacía borrón y cuenta nueva de todo lo visto posteriormente

En parte lo consiguieron, al menos a ojos de la crítica, que la trató mejor por su intento de volver a la estructura habitual de la saga. Pero a pesar de todo, la sensación de refrito de los mejores momentos de la franquicia no convenció a los espectadores, quedándose como la película menos taquillera de la saga.

¿Despertarán los androides?

Y llegamos a la tecnología más avanzada en robótica, los androides. Esos robots tan parecidos a nosotros que cuesta diferenciarlos de un humano, tanto en lo bueno como en lo malo. 

A la labor de desenmascarar a los androides que se esconden entre nosotros se ocupaba Rick Deckard, el protagonista de Blade Runner (1982). Esta película, un auténtico fracaso en taquilla en su día, fue alcanzado con los años un aura de culto al que pocos títulos pueden aspirar, por lo que parecía lógico que antes o después alguien querría cerrar el final abierto de este clásico de la ciencia-ficción. Lo que nadie podía pensar es que este fuera a llegar 35 años después, siendo una de las secuelas más tardías de la historia del cine.

Cuando ocurren este tipo de situaciones siempre hay temor a que no esté al nivel del material original —y cuando se habla de la producción de Ridley Scott ese nivel es muy alto—. Sin embargo, la película fue capaz de reunir a uno de los guionistas de la película original, a Scott como productor y a Harrison Ford de vuelta en su icónico personaje, lo que demostraba el interés por respetar el espíritu de la primera película. Al mismo tiempo, se incorporaron a la producción Denis Villeneuve, que acababa de triunfar con la aclamada La llegada; Hans Zimmer, que tenía reciente el éxito de su banda sonora para Interstellar y uno de los actores del momento, Ryan Gosling.

Con esos activos vino avalada Blade Runner 2049 (2017), que desde el principio fue bendecida por la crítica, destacando, por encima de todo, su poderosa estética. Pero la actualización de los icónicos diseños de la original no era lo único reseñable. Ahí estaban de nuevo los toques de cine negro, su ritmo lento y reflexivo y su carga filosófica. Con una pega, han pasado cuatro décadas y las temáticas que aborda ya no resultan tan novedosas. Aún así, una gran película que al igual que la primera no obtuvo la recepción esperada en taquilla.

Mejor le fue en los Óscars, donde se llevó el premio a mejor fotografía —primer premio de la Académia para el inconmensurable Roger Deakins tras 13 nominaciones— y a efectos especiales. Casualmente, en esta categoría había ganado un par de años antes Ex Machina (2015), otra estupenda muestra de que el uso de los efectos visuales en una película tiene que estar para respaldar a un buen guión y no para cubrir sus carencias. 

El guión y la dirección de esta película estaba en manos de Alex Garland, que se estrenaba tras las cámaras con esa cinta pero que cuenta con una amplia experiencia en la escritura de este género con ejemplos como Sunshine (2007)Nunca me abandones (2010), Dredd (2012) o la ya comentada Aniquilación. Lo que nadie esperaba es que esta ópera prima fuese a convertirse en una de las películas de sci-fi más importantes de la década ya que, con apenas tres personajes, una increíble localización y un guión de hierro nos hace cuestionar la naturaleza del ser humano y los límites de la ciencia

¿Su argumento? Un joven programador tendrá que permanecer una semana en la casa de su peculiar jefe para analizar si Ava, la inteligencia artificial que ha diseñado, tiene conciencia. Para ello tendrá que reunirse con dicha mujer-robot y realizar un test de Turing, esto es, ponerla a prueba para comprobar si sus respuestas son indistinguibles de las de un ser humano.

En dicha película el prototipo ya está en sus últimas fases de desarrollo, como sucede en dos pequeñas películas que muestran lo complejo de llevar a buen término ese paso final sin implicarte emocionalmente. Una de ellas es Eva (2011), donde el actor hispano-alemán Daniel Brühl trabaja en un software que insuflaría una personalidad compleja al primer niño androide y que plantea el debate de si se podría quererle como a un hijo, hermanándola con el clásico de Spielberg A.I. Inteligencia Artificial (2001). A esta producción española —cuya cinematografía nacional apenas se ha acercado al género— le complementa perfectamente la producción estadounidense Zoe (2018), donde en lugar de dudar sobre la posibilidad de una relación paternofilial con un androide, cuestiona la posibilidad de tener una relación sentimental. Y es que en el mundo que plantea la película, donde puedes saber con precisión científica la afinidad que tendrías con una persona, el diseñador interpretado por Ewan McGregor trabaja en la creación de unos sintéticos con el que la conexión sería del 100%.


Un incierto futuro

Como habéis podido comprobar, muchas de las historias relacionadas con la inteligencia artificial están ambientadas en futuros que se alejan mucho de ser idílicos, esto es, en distopías. Algunos de estos futuros son consecuencia de pequeños cambios que suceden en la sociedad y que acaban teniendo consecuencias indeseables y en otras ocasiones esta transformación del mundo en el que vivimos viene determinada por alguna catástrofe en particular, lo que se suele denominarse mundo post-apocalíptico. Veamos cuáles han sido las películas más importantes de la década relacionadas con estos conceptos.

Aislados en el fin del mundo

Uno de los panoramas más habituales cuando se piensa en un mundo post-apocalíptico es un mundo azotado por una pandemia. Pero lo que pocos podían imaginar cuando terminó la década el 31 de diciembre de 2019 es que este argumento, que ya se había utilizado en múltiples ocasiones en películas de ciencia-ficción como La amenaza de Andrómeda (1971), 12 monos (1995) o Soy leyenda (2007), se iba a hacer más realidad que nunca con la llegada del covid-19 pocos meses después. 

Todos vivimos en nuestras carnes los toques de queda, la pérdida de gente cercana, el cuidado con la desinfección, la espera de una vacuna que no llegaba, el desabastecimiento de algunos productos o la proliferación de noticias falsas. Un panorama inesperado que ya había sido reproducido anteriormente en pantalla de forma casi milimétrica en Contagio (2011). Fue tal la precisión con la que la película de Steven Soderbergh describió el caos que podía producir una pandemia mundial que IMDb le quitó la etiqueta de ciencia-ficción a la película en el año 2020. Pero al rey lo que es del rey, ¿qué mejor definición de lo que es buena ficción que aquella que es capaz de predecir lo que ocurrirá con años de antelación usando una especulación con base científica?

Otra de las muchas situaciones que recrea esta película es el aislamiento que sufre la hija del personaje interpretado por Matt Damon al tener que estar encerrada en casa. Y es que el aislamiento de las personas en una fase post-pandemia es algo habitual si se tiene en cuenta que los peores instintos de supervivencia del ser humano pueden salir a flote, como bien mostró la adaptación de Cormac McCarthy, La carretera (The Road) (2009)

Con un espíritu similar a la película de Viggo Mortensen se pudo ver en cines La luz de mi vida (2019), interesante película de Casey Affleck en la que un padre tiene que proteger a su hija en un mundo en el que un virus ha matado a casi todas las mujeres. También se explota esa soledad y miedo al extraño en la británica The Survivalist (2015), donde un hombre que vive aislado en el bosque recibirá con celo la visita de una mujer y su hija, e igualmente con suspicacia reacciona el personaje de Peter Dinklage en ¿Estamos solos? (2018) cuando encuentra a una joven tras un evento apocalíptico desconocido en el que pensaba que habían muerto todos menos él.

En muchas ocasiones en este tipo de cine no se conocen las causas del apocalipsis que obligan a los personajes a estar aislados, sino sus consecuencias, como sucede en la española Los últimos días (2013). En esta película protagonizada por Quim Gutiérrez y José Coronado se narra como la humanidad se ve afectada por una misteriosa enfermedad en la que toda aquella persona que sale al aire libre muere violentamente. Y un argumento similar tiene la francesa La bruma (2018), donde en esta ocasión la muerte es causada por una letal niebla que cubre la ciudad de París. En ambas películas los personajes tendrán que vencer el miedo y recorrer largas distancias para ir a buscar a sus seres queridos. 

Esta búsqueda del ser querido tras una catástrofe también es la base de la olvidable película de Netflix El final de todo (2018), y también de la plataforma de streaming es IO (2019), donde dos de los últimos supervivientes de una Tierra con atmósfera tóxica intentarán alcanzar la última lanzadera que les llevará a una colonia cercana a Júpiter. Y a otro destino lejano, en este caso Titán, se fue la humanidad en Oblivion (2013), superproducción protagonizada por Tom Cruise en la que interpreta a un ingeniero de drones que tiene que proteger las instalaciones que quedan en una tierra desolada.

De todas las películas post-apocalípticas comentadas hasta ahora, ésta última es la que tuvo el mayor éxito de taquilla durante la década si obviamos Mad Max: Furia en la carretera (2015) —de la que hablaré en la entrada dedica al cine de acción— y la saga de El planeta de los simios. De esta última ya hablé en el especial sobre superproducciones, pero dada su importancia en este género, creo que es interesante desgranar sus aspectos más relacionados con la ciencia-ficción.

El motivo es que esta estupenda trilogía no solo destaca por el impresionante uso de la técnica de motion-capture para crear a los personajes simiescos, sino por cómo refleja el cambio que sufre la relación de la humanidad con los simios cuando estos últimos dan un gran salto evolutivo. Así, en El origen del planeta de los simios (2011) somos testigos de cómo los experimentos para lograr un tratamiento contra el alzhéimer potencian el origen de la inteligencia del chimpancé César a la vez que se convierte en un virus mortal para los humanos. En su secuela, El amanecer del planeta de los simios (2014), damos un salto de 10 años, cuando el 90% de la población mundial ha muerto y peligra la convivencia entre dos razas que se esfuerzan por convivir. Y cerraría la saga La guerra del planeta de los simios (2017), donde asistimos a los últimos coletazos de la humanidad tal y como la conocemos debido a sus enfrentamientos internos y a una nueva mutación del virus que origina la involución del hombre. Un cierre perfecto para un referente de la ciencia-ficción comercial bien hecha.

Lucha de clases

En el planeta post-apocalíptico de la saga de los simios es el enfrentamiento entre dos especies el que vertebra su historia. Sin embargo, en la ciencia-ficción centrada en sociedades futuras, el conflicto que es más habitual que se dé es entre clases sociales. Y es que, si la estratificación social ha sido el origen de tantas disputas desde tiempos inmemoriales, nada parece indicar que en las próximas décadas esto vaya a cambiar. Más bien al contrario.

Posiblemente la mayor representante de la década del conflicto que podría surgir entre los poderosos y los trabajadores sea la saga que se inició con Los juegos del hambre (2012). La franquicia —que se completó con Los juegos del hambre: En llamas (2013), Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 1 (2014) y Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 2 (2015)— lanzó a Jennifer Lawrence al estrellato y consiguió recaudar 3000 millones de dólares en todo el mundo con una historia ambientada en un país dividido por estamentos sociales. Estos diferentes distritos se enfrentan anualmente en un torneo a vida o muerte entre adolescentes inspirado en la mitología clásica, reflejo de la teoría de que la historia es cíclica. Lo que no espera el Capitolio, que es la ciudad desde donde los ricos y poderosos gobiernan, es que estos juegos serán el origen de una revolución iniciada por el personaje de Lawrence y que tiene sus raíces en la rebelión de un viejo distrito desaparecido.

Como se puede ver, en este argumento las tecnologías que aparecen en la película como aerodeslizadores, campos de fuerza, ​​criaturas modificadas genéticamente o vestimentas futuristas tienen menos peso en la historia que el retrato de una sociedad totalitaria. Es lo mismo que hicieron magistralmente George Orwell y Aldous Huxley en sus distopías 1984 y Un mundo feliz, pero en este caso narrando cómo la sociedad se levanta contra estos sistemas partiendo de la rebeldía de un grupo de adolescentes.

Esta misma idea ronda en las sagas iniciadas con Divergente (2014) y El corredor del laberinto (2014) aunque basándose en distintas premisas. En la primera, la sociedad de Chicago se divide en cinco facciones definidas por la personalidad de los ciudadanos, que son clasificados en función de su abnegación, cordialidad, sinceridad, osadía y erudición. El problema es que los divergentes, aquellos que tienen atributos de múltiples facciones, son considerados una amenaza y serán los que comiencen una revolución. Por otro lado, en El corredor del laberinto la revolución comienza cuando un grupo de adolescentes que sobrevive en un paraje rodeado por un peligroso laberinto averigua por qué está allí. Y es que, aunque la historia comience como un trasunto de El señor de las moscas, su mitología se va ampliando en las secuelas con elementos característicos de la ciencia-ficción como la aparición de virus, los elementos post-apocalípticos y, sobre todo, la rebelión contra una organización poderosa surgida a raíz de una catástrofe.

Otra película que narra cómo un individuo que vive en circunstancias adversas se enfrenta a la élite es Elysium (2013), la segunda película de Neill Blomkamp. En ella los seres humanos se dividen en dos grupos: los ricos, que viven en la estación espacial que da nombre a la película, y todos los demás, que sobreviven como pueden en una Tierra devastada y superpoblada. Allí, un ex-presidiario interpretado por Matt Damon que está a punto de morir debido a la radiación a la que ha sido expuesto en su trabajo intentará acceder a las máquinas que tienen los privilegiados para regenerar la estructura celular de su cuerpo y salvar su vida. Una interesante premisa con toques sociales que contó con un potente diseño de producción —especialmente destacable es el uso de los exoesqueletos—, pero que no cumplió las altas expectativas que se habían puesto en el director sudafricano tras Distrito 9

En el momento en el que se estrenó esta película en Estados Unidos en Corea del Sur estaba arrasando en taquilla Rompenieves (Snowpiercer) (2013), una película del futuro ganador del Óscar Bong Joon-ho que adaptaba el cómic francés Le Transperceneige a la gran pantalla. Pese a ser una producción mayormente coreana la película estaba protagonizada por un Chris Evans que se acababa de enfundar el traje del Capitán América, pero lo que destacaba por encima de todo era la puesta en escena del genio coreano, capaz de plasmar con su inventiva visual el loco argumento de un tren que no puede detenerse en un planeta congelado. Pero esa no es la única peculiaridad que tiene esta locomotora, lo más interesante es que sus compartimentos están divididos por clases sociales y el espectador será testigo de una violenta revuelta que le llevará desde el vagón de cola habitada por la escoria, hasta una sala de máquinas fuertemente vigilada.

Igual de desasosegante, pero trasladando la división de pertenencias de la horizontalidad del tren a la verticalidad de un extraño edificio, es la película española El hoyo (2019). Distribuida por Netflix tras triunfar en el festival de Toronto, la cinta proponía una interesante alegoría sobre el funcionamiento del mundo, donde los habitantes de los pisos superiores se atiborran de comida pese a saber que en los inferiores se mueren de hambre. Con un presupuesto muy alejado de las cifras que manejan las producciones de otros países la película se convirtió en un fenómeno global al ser la película más vista a nivel mundial de la plataforma de streaming. Sin duda, uno de los hitos más importantes de la ciencia-ficción española, heredera de cintas como Abre los ojos (1997) y Los Cronocrímenes (2007).

Si en la producción española es una plataforma la que une las distintas plantas en las que habitan las personas, en el remake Desafío total (2012) es una especie de ascensor el que conecta los dos únicos territorios habitables de la tierra. Y es que la revisión del relato de Philip K. Dick deja a un lado el viaje a Marte que mantenía la película de Arnold Schwarzenegger para centrarse en el conflicto existente entre la poderosa Federación Unida de Bretaña (FUB) y la resistencia que lucha por la empobrecida Colonia (Australia). Este el punto más novedoso que tiene la versión protagonizada por Colin Farrell, que conserva el concepto de recuerdos implantados para arrancar la trama pero que acaba siendo una película de acción que no ensombrece a la película de los 90 pese a su esfuerzo por modernizarla gracias a los efectos especiales.

Pero para abuso de efectos especiales los de Mortal Engines (2018), una superproducción de más de 100 millones de dólares en el que enormes ciudades rodantes absorben pequeñas poblaciones móviles hasta agotar sus recursos. Un auténtico fracaso comercial escrito por Peter Jackson a partir de una saga de novelas que pasó al olvido tan pronto como se estrenó.

También fallidas, pero con ideas mucho más interesantes, son Repo men (2010) e In Time (2011), dos películas de acción que reflejan que el verdadero conflicto entre clases no es debido al dinero, sino a dos de los recursos básicos que proporcionan: salud y tiempo. En la primera, Jude Law da vida a un agente que se encarga de recuperar los órganos mecánicos que permiten alargar la vida a aquellas que personas que no pueden pagarlos. En la segunda, Justin Timberlake es un obrero que se revela contra una sociedad en la que el tiempo de vida es usado como moneda de cambio para frenar la superpoblación y donde solo los ricos se pueden permitir vivir eternamente mientras el resto de la humanidad tiene que trabajar pendiente de que su cuenta atrás no llegue a 0. Dos metáforas del mundo en el que vivimos que no pasarán a la historia del cine pero que son la mar de entretenidas.

Todo es política

Como vemos, la lucha de clases ha sido una constante en las distopías de la década, pero no hay que olvidar que esta fragmentación está alimentada por las decisiones políticas de los dirigentes que todos elegimos. Sin embargo, la ideología política no se puede simplificar en un posicionamiento sobre la diferencia de clases, ya que hay multitud de decisiones gubernamentales que afectan a otros ámbitos de la vida de los ciudadanos. Vamos a ver cómo ha reflejado el cine de estos años algunos de estos posibles cambios políticos y tomemos nota de los riesgos a los que podemos enfrentarnos en el futuro.

Una de las distopías más reconocibles de la década en ese aspecto ha sido la creada en la saga de La Purga que planteó la posibilidad de que una vez al año el crimen no se castigue para que la sociedad pueda sacar a la luz sus instintos más violentos. Y es que, lo que podía haberse quedado en una película de terror más con The Purge: La noche de las bestias (2013) supo ir añadiendo capas al experimento sociológico que la premisa propone. Así, en La primera purga: La noche de las bestias (2018), los Nuevos Padres Fundadores de América ponen a prueba este experimento de forma limitada en Staten Island, donde tiene un seguimiento continuo por parte de los medios y el gobierno. En la cronológicamente posterior Anarchy: La noche de las bestias (2014) somos espectadores de como este evento ha cambiado con los años: la gente vive atemorizada, hay personas que se ofrecen como víctimas por dinero, se crean grupos paramilitares con el objetivo de matar a los más desfavorecidos y conocemos a un grupo que lucha por derrocar al régimen. Por último, en Election: La noche de las bestias (2016), cuando el evento es capaz de atraer a turistas de todo el mundo que viajan con intención de matar y en una sociedad en la que los más humildes no son capaces de costear un seguro que proteja sus negocios, una senadora intentará derogar La Purga pese al peligro que atañe a su vida. En resumen, un recorrido a lo largo de 25 años marcados por una polémica decisión política que permite realizar una interesante radiografía de cómo la violencia podría transformar a la sociedad estadounidense.

Evidentemente la premisa que propone esta saga es más radical de lo que uno espera de una sociedad avanzada, pero nunca se sabe qué nueva idea van a implantar los políticos para intentar solucionar los problemas que nos atañen. Por ejemplo, en Siete hermanas (2017), la sobrepoblación y la hambruna han obligado al gobierno a implantar una política de un único hijo similar a la que mantuvo China hasta mediados de la década; en Fahrenheit 451 (2018), que moderniza la novela de Ray Bradbury, los libros son quemados para evitar las opiniones discordantes y evitar conflictos, justo los mismos motivos que esgrime el cuerpo legislativo de Almas gemelas (2015) para erradicar las emociones y la actividad sexual. Por otro lado, en Anon (2018), Andrew Niccol ambienta su historia en una sociedad en la que el gobierno registra todo lo que los ciudadanos ven a través de un implante ocular para evitar el crimen y también controlada por unos dispositivos orgánicos que monitorizan a los humanos está la sociedad de Nación cautiva (2019), donde los gobiernos se han doblegado ante unos alienígenas que nos legislan mientras agotan nuestros recursos. 

En todas estas sociedades que se plantean siempre acaban surgiendo disidentes que luchan contra lo establecido, ya sea una familia con 7 hijas, un bombero que se empieza a interesar por la lectura, un par de enamorados, un policía que investiga un crimen o unos huérfanos cuyos padres fueron asesinados por los invasores. Unas tramas que invitan a revelarse contra la injusticia tal y como hoy la interpretamos actualmente, pero también una posible justificación del terrorismo para quien desee interpretarlo así. 

Como ha ocurrido siempre todas estas sociedades serían factibles gracias a unas fuerzas represoras que controlaran a todos aquellos que intentaran romper la paz social impuesta. Por tanto, no sería de extrañar que surgiera un cuerpo policial que fuera a la vez juez, jurado y verdugo, como ocurre en Dredd. Esta nueva adaptación del popular cómic creado por John Wagner y Carlos Ezquerra retomaba al personaje que interpretó Sylvester Stallone en los 90 para ofrecer una versión más fiel al material original y que tiene como uno de sus puntos más interesantes el tratamiento visual de la acción cuando los personajes toman una droga que ralentiza el tiempo. 

Otro defecto que ha acompañado a la humanidad desde nuestros inicios y que se refleja en las posibles sociedades futuras que nos esperan es la tendencia a perseguir a ciertos colectivos por ser considerados inferiores o no responder a los estándares establecidos. Históricamente estos colectivos han sido las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales, los racializados, los pobres o los discapacitados, pero la ciencia-ficción de esta década se ha centrado principalmente en otro grupo: aquellos que tienen superpoderes. En este caso no estamos hablando de superhéroes, sino de personas que son rechazadas e incluso perseguidas por el miedo que despiertan en el resto de los mortales. En esas coordenadas se mueven la infravalorada Midnight Special (2016), las entretenidas Freaks (2018) y Código 8 (2019) o la floja Mentes poderosas (2018).

La sociedad que hemos creado

Al fin y al cabo, no podemos echar la culpa de todo a los políticos porque, después de todo, los solemos elegir nosotros. Y es que nosotros, con nuestros comportamientos, somos responsables de cómo moldeamos la sociedad en la que vivimos y en las que vivirán nuestros descendientes. Desde nuestros hábitos hasta nuestra relación con la tecnología, el medio ambiente o la cultura tendrán su reflejo en el futuro.

Por ejemplo, ¿cómo cambiará el cine y la forma en la que nos relacionamos con sus protagonistas? Esta pregunta plantea El congreso (2013) una adaptación libre de una novela del autor de Solaris, Stanislaw Lem. En esta versión cinematográfica, dirigida por el israelí Ari Folman tras la aclamada Vals con Bashir (2008), se realiza una copia digital de la actriz Robin Wright para que protagonice películas sin estar ella involucrada, planteamiento que con las tecnologías que se han desarrollado durante la década no resulta inalcanzable. Aunque la venta de su imagen resulta ser un lucrativo negocio para la intérprete, veinte años después surge una nueva tecnología que permite a las personas transformarse en avatares digitales, lo que la colocará en una posición incómoda cuando sea consciente de que cualquier persona pueda tener su aspecto en ese mundo virtual.

Este mundo virtual parece un anticipo del Metaverso que Facebook anunciaría años después, concepto que también se planteó de manera mucho más espectacular en Ready Player One (2018), adaptación de un superventas dirigido por el Steven Spielberg más lúdico. Dicha aventura fue la película más exitosa del realizador durante la década y es un continuo homenaje a la cultura pop con secuencias tan recordadas como la que transcurre en el hotel de El resplandor (1980).

En lo respectivo a mundos virtuales también resulta interesante la poco conocida cinta australiana Otherlife (2017), donde una droga a punto de ser comercializada permite disfrutar de una vida virtual a la vez que aumenta la sensación temporal del cerebro. De esta manera, unos pocos segundos de la vida real se convierten en horas y días en ese mundo virtual, lo que permite a los trabajadores disfrutar de largas vacaciones de descanso en unos segundos, con su respectivo aumento en la productividad, o que los condenados a la cárcel cumplan sus largas condenas en apenas unas horas.

Pero dejemos los mundos virtuales y volvamos al mundo real, aquel que nos estamos cargando por nuestro consumo desmedido de recursos y el poco interés que tenemos en cuidar el medio ambiente. Para intentar evitar la hecatombe a la que parece que irremediablemente nos dirigimos se propone en el argumento de Una vida a lo grande (2017) que deberíamos disminuir nuestro tamaño tal y como sucedía en Cariño, he encogido a los niños (1989). Sin embargo, a diferencia del clásico ochentero, esta comedia dirigida por el multipremiado Alexander Payne no es una aventura familiar, sino una amarga reflexión sobre la sociedad actual que no tuvo la repercusión que tuvieron sus obras previas.

Una aventura familiar que sí que reflexionó sobre los problemas a los que se enfrenta la humanidad es la incomprendida Tomorrowland: El mundo del mañana (2015), que pone su foco en cómo la tecnología nos puede ayudar a superar la crisis medioambiental a la que estamos abocados. Con esta interesante premisa la producción intentó atraer a todo tipo de público a las salas, pero resultó ser uno de los fracasos más sonados de la década, como ya se comentó en la entrada dedicada a las superproducciones.


Controlando el tiempo

Dejemos atrás el agorero futuro que nos espera y fantaseemos con qué hubiera pasado si hubiésemos hecho las cosas de otra manera, idea recurrente en uno de los subgéneros más populares de la ciencia-ficción: los viajes en el tiempo. Aunque es un terreno más cercano a la fantasía que a la ciencia (si no hablamos a escala cuántica), la ficción casi siempre ha intentado justificar los viajes temporales con máquinas avanzadísimas que nos facilitarían este sueño de la humanidad.

En apartados anteriores ya se han comentado películas en las que los viajes en el tiempo tienen un peso fundamenta en la trama. En algunas de ellas, como las que forman parte de la saga de Terminator, las referencias son obvias, por lo que no existe impedimento alguno para explicar una parte básica de la trama. En otras producciones que podéis encontrar más arriba, sin embargo, sugerir que existen viajes en el tiempo puede arruinar la experiencia al ver la película por primera vez, por lo que aquí se va a omitir cualquier comentario al respecto pese a que una de ellas sea de las más populares de la década. Dicho queda para que no echéis ciertos títulos de menos.

Una vez dejado eso claro, voy a empezar con dos de las películas más destacables que nos ha dado este subgénero. La primera de ellas es Predestination (2014), un título que ha dado mucho que hablar entre los aficionados a los viajes en el tiempo por su manera de retorcer su premisa hasta el límite. Basada en un relato del reconocido escritor Robert A. Heinlein, más conocido entre los cinéfilos por ser el autor del libro en el que se basa Starship Troopers: Las brigadas del espacio (1997), la película apenas se estrenó en cines en Europa al ser una película australiana y ha sido el boca a boca el que la ha convertido en un título de culto

El otro título con el que quería empezar esta sección es con la última gran película protagonizada por Bruce Willis antes de su retirada debido a la afasia, Looper (2012). Este thriller de ciencia-ficción, que supuso el salto a la fama del director Rian Johnson, plantea un 2044 en el que un grupo de asesinos a sueldo se encarga de matar a las personas que les envía del futuro la organización criminal para la que trabajan. El problema surge cuando al protagonista le envían a su yo del futuro y éste escapa. Con esta original historia llena de sorpresas en la que se mezclan géneros sin complejo alguno, la película destaca como uno de los títulos sobre viajes en tiempo más refrescantes del siglo XXI a pesar de que la modificación del pasado afecte al tiempo de manera similar a como la hacía en la seminal Regreso al futuro (1985).

Si la ochentera película de Zemeckis es uno de los referentes habituales cuando se habla de viajes en el tiempo, el otro sin duda es Atrapado en el tiempo (1993), sobre todo si se habla de bucles temporales. Esa repetición continúa de un día se explotó estupendamente en la comedia de Harold Ramis, pero esta década también ha dado unos cuantos títulos destacables que han sabido sacar provecho a esta premisa.

El más importante de ellos es la superproducción Al filo del mañana (2014), en la que Tom Cruise vuelve repetidamente a una batalla contra extraterrestres cada vez que muere. Este argumento, que aprovecha su similitud con la dinámica de los videojuegos, se vio unos años antes en la también destacable Código Fuente (2011), donde un militar interpretado por Jake Gyllenhaal tendrá que volver continuamente a un tren para averiguar por qué explotó. Y a los aficionados a este tipo de argumentos también les puede resultar interesante tres títulos menos populares como son ARQ (2016)Un día (2017)El increíble finde menguante (2019). La primera de ellas es la primera película de ciencia-ficción de Netflix y narra como una pareja intenta sobrevivir a un allanamiento de morada, la segunda es una cinta coreana donde un reconocido doctor intenta salvar la vida de su hija antes de que un coche la atropelle y la última es una película española en la que una treintañera que está en una escapada de fin de semana repite continuamente esos fatídicos días y que aporta la novedad de que los bucles cada vez son más cortos.

En la mayoría de las historias sobre viajes en el tiempo recurren a la habitual fantasía de poder enmendar los errores del pasado, aunque realizar cambios afecte al presente que todos conocemos, situación que tan bien representó en su día El efecto mariposa (2004). Entre este tipo de argumentos nos encontramos películas como la española Durante la tormenta (2018), en la que una madre hace desaparecer a su hija al salvar la vida de un niño del pasado a través de un vídeo que conecta las dos épocas; Bienvenidos al ayer (2015), donde con el recurso de metraje encontrado se narra la historia de unos jóvenes que intentan solucionar sus típicos problemas de instituto con una máquina del tiempo que encuentran en el sótano de uno de ellos o See You Yesterday (2019), una producción de Spike Lee que muestra como dos adolescentes intentan salvar al hermano de una de ellos antes de que muera a manos de la policía en uno de esas frecuentes situaciones de tintes racistas.

Hemos hablado de bucles temporales o de cambios del pasado que salen mal como leitmotivs básicos de este subgénero, pero todavía queda gente con ideas frescas capaces de crear argumentos novedosos con la excusa de los viajes en el tiempo. Prácticamente todos ellos contaron con presupuestos limitados, pero su ingenio les permitió presentar interesantes trabajos que les han servido como carta de presentación ante la industria. Algunos de estos nombres serían:

  • Zal Batmanglij, que en Sound of My Voice (2011) cuenta la historia de un infiltrado que intenta desenmascarar a la líder de una secta que dice venir del futuro, película que le permitiría años después crear la serie The OA para Netflix. 
  • Justin Benson y Aaron Moorhead escribieron, dirigieron y protagonizaron El infinito (2017), que con la premisa de dos hermanos que vuelven a una secta de la que escaparon hace años presentan una original idea sobre viajes temporales que es mejor no desvelar. Además, reincidieron años después con un presupuesto mayor con Synchronic. Los límites del tiempo (2019), en la que una droga permite sentir durante unos minutos viajes al pasado, título que protagonizó Anthony Mackie, actor de la saga Marvel que les abriría la puerta para que posteriormente dirigieran varios capítulos de Loki y Caballero Luna.
  • Colin Trevorrow, director que con la indie Seguridad no garantizada (2012) consiguió que, con solo una película a sus espaldas, Universal Pictures confiase en él para ponerse tras las cámaras de una superproducción como Jurassic World (2015). En dicha ópera prima se narra con humor cómo un grupo de investigadores contesta a un anuncio de prensa en la que se busca gente dispuesta a viajar al pasado y que se basa en un anuncio en tono de broma que apareció en una revista norteamericana.


Jugando a ser dioses

Aunque todavía no somos capaces de controlar el tiempo como nos gustaría, el ser humano ha cambiado su entorno desde que empezó a cultivar la tierra hace más de 10000 años. En todo este tiempo hemos modificado el mundo de norte a sur, pero todavía nos quedaba un reto por superar: modificarnos a nosotros mismos. 

Desde que Mendel sentó las bases de la genética a mediados del siglo XIX ha sido un área de la biología que ha dado pasos de gigantes. Dentro de estos avances, la clonación de la oveja Dolly en 1996, la secuenciación completa del genoma humano en 2003 o la invención de la técnica de edición genética CRISPR en 2012 son, sin duda alguna, los hitos más populares de la ingeniería genética y los que han dado alas a la imaginación de cientos de cineastas.

Incluso antes de que Dolly llenara las portadas de los periódicos de todo el mundo la ingeniería genética ya había estado en boca de todos gracias a la inspiración de Michael Crichton, que a inicios de los 90 escribió una best-seller que resucitaba a los dinosaurios gracias al ADN encontrado en un mosquito conservado en ámbar. Ésta dio lugar a Parque Jurásico (1993), uno de los grandes taquillazos de Steven Spielberg y origen de una saga que ha llegado hasta nuestros días gracias a Jurassic World y sus correspondientes secuelas, Jurassic World: El reino caído (2018)Jurassic World: Dominion (2022).

Aunque es dudoso que en la actualidad estas películas despierten la fiebre por la paleontología tal y como hizo la película original, que Jurassic World fuese la cuarta película más taquillera de la década demuestra que nuestra atracción por los dinosaurios sigue viva. Y eso que la primera película de esta nueva trilogía, además de introducir a un dinosaurio híbrido llamado Indominus rex y tantear la posibilidad de que el ejército los use como arma, no añadía mucho a la trama original de un parque con dinosaurios que se sale de control. En la segunda, sin embargo, sí que se incorporaron algunos novedosos toques que modificaron su argumento. Por ejemplo, el debate sobre si habría que dejar morir a los dinosaurios debido a la inminente erupción del volcán de Nublar o la crítica al tráfico ilegal de animales, pero siempre teniendo como principal atractivo de la franquicia los efectos especiales, las escenas de acción, la aventura y el terror.

Otra reseñable película sobre la modificación genética aplicada a animales fue Okja (2017), una aventura que el oscarizado Bong Joon-ho realizó para Netflix. En este caso el propósito de la empresa es crear una especie de super-cerdo transgénico del tamaño de un hipopótamo para producir gran cantidad de una excelente carne sin producir excesivos purines y poder acabar con el hambre en el mundo. Un fin loable pero que no tiene en cuenta que la niña que se cría junto al animal protagonista se unirá a un grupo de liberación animal para defender la vida de estos inocentes seres. Toda una muestra de cine ecologista que se ha convertido en un título referente para los veganos —movimiento al que se unió el mismo director tras su realización— y que entre los cinéfilos es especialmente conocido por el ya comentado conflicto que despertó entre el festival de Cannes y Netflix.

También por Cannes pasó la poco conocida cinta austriaca Little Joe (2017) donde su actriz protagonista se llevó el premio a la mejor interpretación femenina y cuyo argumento parte de la creación de una planta modificada genéticamente para producir felicidad en quien la contempla pero que poco a poco desvela su oscuro reverso. Una cinta con realización fría y aséptica que contrasta con Titán (2018) película británica en la que el protagonista de Avatar interpreta a un militar dispuesto a modificar su código genético para poder sobrevivir en otro planeta en un experimento que acaba saliendo mal.

Esta modificación genética de los humanos no es muy habitual en el cine, sobre todo si la comparamos con otra aplicación de la genética que sí es muy común en el séptimo arte, la clonación. Por ejemplo, Sonmi-451 es la clon protagonista de una de las seis historias alrededor de la que gira El atlas de las nubes (2012), una compleja película de ciencia-ficción dirigida a seis manos por las hermanas Wachowski y Tom Tykwer que adapta una novela de culto que transcurre entre 1849 y 2321. Ambiciosa producción que polarizó a los críticos y cuya recaudación en taquilla quedó lejos de lo esperado para una epopeya de ciencia-ficción protagonizada, entre otros, por Tom Hanks.

Otra adaptación, en este caso del premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro, es Nunca me abandones. Con un guión del repetidamente mencionado en este texto Alex Garland, un reputado director de videoclips para David Bowie, Madonna o Lenny Kravitz llevó a la gran pantalla la historia de tres jóvenes clones que son educados con el fin de que sus órganos sean usados cuando sus copias originales las necesiten. Una sensible cinta romántica protagonizada por Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley que merece más reconocimiento del que tuvo en su día.

También poco conocida es Womb (2010), una película húngara protagonizada por la francesa Eva Green y el inglés Matt Smith en la que la clonación se utiliza para revivir a un amor fallecido. En esta cinta europea la clonación respeta el tiempo de crecimiento propio de los seres humanos al igual que hace Géminis (2019), una floja película de acción protagonizada por Will Smith en la que la estrella de Hollywood da vida a un asesino, tanto en su versión adulta como en su clon joven, gracias a los avances en rejuvenecimiento digital que tan en boga se puso durante la década. Sin embargo, en muchas ocasiones la clonación se hace de forma instantánea creando clones adultos de forma casi inmediata, como sucede en Réplicas (2018), cinta menor con Keanu Reeves. En ella justifican esta incoherencia gracias a unas experimentales cápsulas de clonación que aceleran el proceso, con el problema para el protagonista de que solo tiene tres para replicar a sus cuatro familiares fallecidos.

Y es que la muerte es uno de los procesos biológicos que más ha obsesionado a los científicos desde hace siglos, sobre todo con el propósito de retrasarla, pero también con la fantasía de revertirla. De hecho, la primera novela de ciencia-ficción de la historia indagaba en este concepto. Me refiero a Frankenstein o el moderno Prometeo, que volvió a cobrar vida esta década con dos proyectos que tuvieron poca repercusión Yo, Frankenstein (2014) y Victor Frankenstein (2015).

Más realista que la conjetura que proponía Mary Shelley de crear vida a partir de fragmentos de humanos es la posibilidad de revivir personas congeladas mediante la criónica —que no criogenia—, técnica con la que se lleva preservando gente a baja temperatura desde finales de los años 60. Aunque esta tecnología se ha visto en multitud de ocasiones en el cine, como en la icónica Demolition Man (1993), no tantas veces se ha contado para narrar el verdadero objetivo de estos pioneros: revivir cuando sus enfermedades tengan cura. Este es el argumento de la película española con reparto internacional Proyecto Lázaro (2016), cuyo protagonista despierta en el año 2084 y se tiene que enfrentar al conflicto de haber dejado atrás a sus seres queridos. 

Si en 2084 la medicina ha avanzado tanto que es capaz de sanar enfermedades incurables a día de hoy, lo que propone Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009) va un paso más allá, suponiendo que en el 2092 la humanidad habrá alcanzado la inmortalidad. En dicha sociedad el mundo está pendiente de Nemo, el último mortal en la tierra, que narra las diferentes vidas paralelas que recuerda haber vivido. Una historia emotiva protagonizada por Jared Leto que una década después de su estreno sigue siendo la película belga más cara de la historia, reto al que se enfrentó el director Jaco Van Dormaelde tras realizar dos de las películas belgas más reconocidas de los 90 —Toto, el héroe (1991)El octavo día (1996)—. Todo un título de culto que, pese a ser estrenada en el Festival de Venecia del 2009, llegó a las salas de todo el mundo en 2010, motivo por el que se ha incluido en este artículo.

Si en esta película la inmortalidad de los humanos se alcanzaba mediante la renovación infinita de las células de nuestro cuerpo, hay dos películas de acción de esta década que consideraron más factible cambiar nuestra mente a un cuerpo de otra persona más joven o capaz. Estas son Eternal (2015), dirigida por el esteta Tarsem Singh y protagonizada por Ryan Reynolds y Ben Kingsley, y Criminal (2016), con Kevin Costner, Gary Oldman y, aunque parezca mentira, Ryan Reynolds de nuevo, con la ironía de que en la primera él es el continente y en la segunda el contenido.

Pero cerremos el círculo volviendo al tema del que hablábamos unos párrafos más arriba: el interés de los científicos en desentrañar los misterios que nos depara la muerte. Para tratar este complicado asunto el director danés que nos trajo la primera adaptación del superventas Millennium hizo un remake de uno de los títulos más emblemáticos de Joel Schumacher, Línea mortal (1990), que en su nueva versión recibió en España el nombre de Enganchados a la muerte (2017). Con más toques de terror que el film original, la trama vuelve a narrar la historia de un grupo de estudiantes de medicina que quieren experimentar la muerte en sus propias carnes de manera controlada y, pese a contar con caras conocidas como Elliot Page o Diego Luna, pasó sin pena ni gloria por las carteleras. 

Más original es un título poco conocido de Netflix, The Discovery (2017), donde el investigador interpretado por Robert Redford demuestra científicamente que hay vida después de la muerte. Ante ese descubrimiento millones de personas de todo el mundo deciden suicidarse para pasar a un nuevo plano de existencia del que no se sabe nada. Interesante premisa que plantea dudas éticas que pueden despertar ciertos avances científicos pero que permanece sepultada en la plataforma de streaming debido a su política de rellenar su catálogo propio sin promocionar ciertos títulos adecuadamente.


Innovando el género

Hemos hablado de viajes espaciales, extraterrestres, robots, pandemias, distopías, viajes en el tiempo y modificaciones genéticas, temáticas habituales en la ciencia-ficción desde hace décadas. Pero en un género que enarbola la bandera de la innovación no podían faltar autores que concibieran conceptos originales que no se ven con tanta frecuencia en el cine, y a continuación vamos a hablar de algunos de ellos.

Aunque no parta de un concepto 100% original, ya que la referenciada Paprika, detective de los sueños (2006) siempre se menciona al hablar de Origen (2010), la idea de introducirse en los sueños de otra persona a través de una máquina le permitió a Christopher Nolan realizar uno de los éxitos indiscutibles de la década. Un thriller de acción capaz de crear imágenes que han quedado para el recuerdo de todo aficionado al género de la ciencia-ficción, como la pelea en un pasillo rotatorio, la manipulación de la arquitectura de París, la icónica peonza girando o el clímax final con un montaje de tres líneas temporales que transcurren a distinta velocidad. Un blockbuster protagonizado por un plantel de estrellas capitaneadas por Leonardo DiCaprio que demostró que el director londinense era capaz de dirigir grandes producciones con historias más complejas de lo habitual en Hollywood. 

También se modifica la arquitectura de una ciudad, en este caso Nueva York, en Destino oculto (2011), una adaptación del paranoico Philip K. Dick en la que un político descubre que un grupo de agentes es capaz de controlar el mundo entero para que siga un plan previsto. Esta prometedora película suponía el reencuentro de Matt Damon con el guionista de El ultimátum de Bourne (2007), que se estrenaba con esta película como director, sin embargo no alcanzó el éxito esperado a pesar de ser una cinta bastante solvente.

Posiblemente parte de ese fracaso estuvo motivado porque la historia romántica de la película tenía un peso bastante relevante en una producción que se presentaba como un thriller de ciencia-ficción, lo que no convenció a los aficionados del género más puristas. Sin embargo, esta mezcla de romance con ciencia-ficción no es tan extraña en el cine de género, sobre todo si nos fijamos en pequeñas cintas a las que merece la pena prestarles atención. Por ejemplo, Perfect Sense (2011) presenta la idea de una epidemia con la capacidad de privarnos escalonadamente de todos nuestros sentidos que se extiende por Europa mientras un cocinero y una investigadora se enamoran. También se enamora la pareja protagonista de Un amor entre dos mundos (2012) cuyo problema radica en que viven en dos planetas vecinos con gravedades invertidas. Y no es la fuerza de atracción entre los cuerpos sino las frecuencias que emiten todas las personas las que impiden la relación entre la pareja protagonista de Frequencies (2013), excusa que utilizan los guionistas para que el protagonista se obsesione con la forma de alterarlas. Y para obsesión la que tiene con la evolución de los ojos el protagonista de Orígenes (2014), premiada como mejor película en el Festival de Sitges y una buena muestra de que la ciencia-ficción y el drama romántico se pueden combinar perfectamente.

El director de esta última es Mike Cahill, que ya había llamado la atención de los amantes del género con la galardonada en Sundance Otra Tierra (2011). En dicha producción independiente una aspirante a astrofísica tiene un accidente poco después de que aparezca una tierra idéntica a la nuestra cerca de nuestra órbita. Dicho acontecimiento sumirá a la humanidad en una mar de dudas sobre la vida de nuestros dobles y a la protagonista en un viaje introspectivo que le redima de sus errores del pasado.

Pero si hablamos de ciencia-ficción intimista posiblemente la película más relevante de estos años sea Melancolía (2011), una reflexión sobre la depresión con argumento de ciencia-ficción. Y es que Lars von Trier, autor que sabe hacer sufrir a sus protagonistas femeninas como pocos, enfrenta a la raza humana a su desaparición cuando el enorme planeta Melancolía se dirige hacia la tierra. Un argumento que en otras ocasiones ha dado lugar a películas llenas de espectacularidad como Armageddon (1998), Deep Impact (1998) o Moonfall (2022) pero que aquí se utiliza para diseccionar la angustia emocional de dos hermanas incapaces de entenderse antes de enfrentarse al fin de su existencia. Un intenso melodrama no exento de bellas imágenes como los cuadros a cámara lenta con los que abre la película, recurso que se acabó conviertiendo en una seña de identidad del autor danés durante el último tramo de su carrera.

Pero no todas las películas fuera del círculo más comercial tienen que ser igual de intensas. Un buen ejemplo es The Man from Earth (2007) una película que estuvo ausente de los circuitos comerciales habituales pero que gracias al boca a boca y a las descargas alcanzó la categoría de culto. Una popularidad justificada por su ingenioso guión, en el que un hombre desvela a sus amigos que lleva 14000 años sobre la faz de la tierra, lo que despierta las mofas y dudas de sus amigos. Desafortunadamente esa chispa de la cinta original no se encontraba en The Man From Earth: Holocene (2017), secuela con el mismo director que no contaba con un texto tan ingenioso como el que su fallecido guionista desarrolló durante más treinta años.

Antítesis de ese guion fue el de la película Coherence (2013), que antes de rodarse apenas contaba con una idea general del argumento y cuyo desarrollo se basó en la improvisación de los actores. Una filosofía de rodaje con la que el encargado de diseñar las set-pieces de la saga de Piratas del Caribe y co-guionista de la cinta de animación Rango (2011) consiguió realizar una de las películas de ciencia-ficción más cautivadoras de la historia con apenas una localización, una serie de objetos que todos tenemos en nuestras casas y un argumento basado en la famosa paradoja del gato de Schrödinger. Una cita imprescindible para cualquier aficionado a las películas rodadas con pocos medios pero muchas ideas. 

Otras películas que se aproximaron al género con estos ingredientes fueron The One I Love (2014), en la que una pareja se aísla en una casa de campo para superar una crisis y en donde encontrarán a unos doppelgänger que les enfrentaran a su verdadera personalidad; LFO (2014), película en la que un solitario científico inventa una máquina con la que puede modificar el comportamiento de sus vecinos y Círculo (2015), en la que 50 desconocidos encerrados en una extraña habitación por unos extraterrestres tendrán que poner en práctica la teoría de juegos para convencer al resto del grupo de que no merecen morir.


50 títulos básicos de la ciencia-ficción de la década 2010-2019

Aunque se ha hecho un completo repaso al género todavía se han quedado fuera películas que muchos amantes de la ciencia-ficción conocerán. Títulos como El cosmonauta (2013), Teorema zero (2013), Morgan (2016), Mudo (2018), Prospect (2018)El lado siniestro de la luna (2019) y muchos más no fueron comentados, pero pueden encontrarse en la lista de filmaffinity enlazada abajo. Sin embargo, si lo que os interesa es tener una base para entender lo que el género ha dado de sí, aquí tenéis una lista ordenada cronológicamente por sagas.

Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009)
Origen (2010)
TRON: Legacy (2010)
Nunca me abandones (2010)
Monsters (2010)
Super 8 (2011)
Contagio (2011)
Melancolía (2011)
El origen del planeta de los simios (2011)
El amanecer del planeta de los simios (2014)
La guerra del planeta de los simios (2017)
Los juegos del hambre (2012)
Looper (2012)
El atlas de las nubes (2012)
Prometheus (2012)
Dredd (2012)
Un amigo para Frank (2012)
Gravity (2013)
Rompenieves (Snowpiercer) (2013)
Her (2013)
Coherence (2013)
Star Trek: En la oscuridad (2013)
El congreso (2013)
Oblivion (2013)
Guardianes de la galaxia (2014)
Interstellar (2014)
Predestination (2014)
Al filo del mañana (2014)
Orígenes (2014)
Anarchy: La noche de las bestias (2014)
El corredor del laberinto (2014)
Ex Machina (2015)
Marte (The Martian) (2015)
Jurassic World (2015)
Tomorrowland: El mundo del mañana (2015)
Star Wars: El despertar de la Fuerza (2015)
Rogue One: Una historia de Star Wars (2016)
Star Wars: Los últimos Jedi (2017)
La llegada (2016)
Blade Runner 2049 (2017)
Okja (2017)
Una vida a lo grande (2017)
Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017)
Aniquilación (2018)
Ready Player One (2018)
El hoyo (2019)
The Vast of Night (2019)
Alita: Ángel de combate (2019)
Ad Astra (2019)
I Am Mother (2019)

Lista de Filmaffinity de películas de ciencia-ficción de la década

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Tras este intenso repaso a un género que se nota que me apasiona, iremos a otro del que no soy especialmente fan pero que esta década ha recucitado de sus cenizas, el musical. Permaneced atentos a nuestra sintonía y mientras tanto recuperad las anteriores entradas del blog en el índice:






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